El Espejo Sanador

EDUARDO PITCHON - London

“Los reflejos de un espejo son representaciones bidimensionales de una realidad multidimensional”.

Anónimo

Cuando una persona visita el consultorio de un psicoterapeuta, comienza a desarrollarse una historia; cada una de estas es única, original e irrepetible. La esencia de la historia es siempre la misma: es la historia de una relación entre dos seres humanos. Esta historia es sumamente valiosa debido a que es la resultante de todas las vicisitudes y luchas que experimentan tanto el paciente como el terapeuta durante el viaje hacia la salud.

La psicoterapia se ocupa del ser interior: en otras palabras, de mi yo interno y del suyo. La configuración interna de una persona no es fija o rígida como una piedra. Por el contrario, es dinámica, cambiante y plenamente viva; cambia y se transforma al igual que el océano con sus mareas y corrientes de agua. Debido a que la persona interior, o si se quiere, la mente, es como un océano, a fin de explorarla y comprenderla se necesita poseer talento para la navegación. El propósito de la psicoterapia es el desarrollo y el perfeccionamiento de este talento a fin de explorar territorios desconocidos.

Con frecuencia me siento asombrado por el hecho misterioso de que cada uno de nosotros necesita re- conocerse a sí mismo si desea vivir una vida plena, armoniosa y significativa. Freud solía comparar a la mente con un iceberg del cual sólo una pequeña parte permanecía sobre la superficie, mientras que la mayor parte de la misma permanecía invisible. Parecería entonces que cierta capacidad para bucear sería otro talento necesario en el viaje hacia el auto-descubrimiento.

Desde que nacemos solemos estar muy ocupados adaptándonos, amoldándonos y aprendiendo cómo interactuar con el mundo. Este proceso recibe diversos nombres, tales como aculturación, maduración, educación o condicionamiento. La fuerza de gravedad del mundo tiene el efecto de alejar nuestra atención de nuestro centro. El yo observador tiende a ser olvidado y nos concentramos en cambio en las experiencias que nos suceden, en lo que nos agrada y lo que nos desagrada. “¿Me gusta o no me gusta?” es la pregunta superficial que constantemente nos estamos formulando y respondiendo mientras que en un nivel más profundo, aquél que vivencia, el testigo, permanece en la oscuridad, oculto misteriosamente por un velo brumoso. Tenemos la tendencia a involucrarnos cada vez más con la fascinación del espectáculo de la vida y de esta manera nos identificamos con aquellos aspectos personales que están dedicados al plano externo de la vida. ¡Cuán fácil nos resulta olvidar que es el ser interior quien permite que este espectáculo sea posible y real!

La psicoterapia consiste fundamentalmente en la propuesta de conectar y pasar tiempo con el ser interno. El poder sanador de la psicoterapia reside oculto en los miles de historias que se suceden detrás de las puertas cerradas de los consultorios del mundo. Este artículo se refiere a una de tales historias.

Una buena mañana recibí el llamado telefónico de una mujer llamada Grace. Me llamó porque una colega mía la había derivado. Grace estaba teniendo problemas graves con su hija, Julie, y estaba desesperada. Ya no sabía qué más intentar. Durante una breve charla, me dijo que Julie se había cortado a sí misma cuando era más joven, que Julie siempre estaba muy ansiosa, que tenía características obsesivas habitualmente diagnosticadas anales, y que no soportaba no estar junto a su madre a menos que supiese exactamente dónde estaba y a qué hora regresaría. Estaba volviéndola loca con sus intentos de controlarla y manejar su vida. Julie no tenía amigos en la escuela y si bien no la habían expulsado de la misma, estaba actuando de tal modo que esto podía llegar a ocurrir a la brevedad.

Habían intentado atenderse en un centro familiar, pero no había resultado, por lo cual Grace se estaba planteando la posibilidad de que yo pudiese ser quien la ayudase.

Un problema adicional en este caso era el hecho de que Julie, de 13 años de edad, se negaba a concurrir a toda consulta.

Enfrentado con este escenario poco auspicioso, hice la única sugerencia que me parecía factible. Le propuse a Grace que viniera a verme por su cuenta a fin de que pudiéramos conversar e intentar comprender lo que estaba sucediendo.

Al encontrarnos, inmediatamente me impactó su fortaleza y su franqueza. Era una mujer de edad madura que parecía tener en claro lo que quería y tenía una actitud franca y directa que con frecuencia es característica de las personas oriundas del Norte de Inglaterra.

Naturalmente, estaba sumamente preocupada por su hija, y anhelaba desesperadamente poder ayudarla. Me comentó que no confiaba demasiado en la psicoterapia, pero que sí creía en la química o vibración entre los seres humanos y que tenía la esperanza de que existía alguien dentro de la profesión que podría ser capaz de ayudarlas a ella y a su hija.

Esta esperanza fue la que la condujo a mi consultorio.

A los 34 años había concebido a Julie por medio de la fertilización in vitro de un donante. Grace y Julie siempre habían vivido juntas. Habían residido en diferentes lugares en el transcurso de los años, desde vivir en una comunidad hasta compartir una casa con otras personas en distintas partes del país. En ese momento vivían solas en un pequeño departamento en Londres, y las cosas se estaban tornando cada vez más difíciles.

En esta primera entrevista descubrí que los hombre parecían tener un lugar secundario en la vida de Grace, a diferencia de la influencia intensa que tenían las mujeres. No era lesbiana, no se confundan, le gustaban los hombres y no le desagradaba tener una aventura ocasional, pero mantener una relación significativa, comprometida y a largo plazo no formaba parte de su proyecto para el futuro. Amaba las aventuras y los viajes y durante su juventud viajó por el mundo buscando experiencias excitantes y novedosas. Inclusive había viajado durante un tiempo con Julie cuando era niña. Grace era la menor de 4 hermanos. Cuando tenía 4 años su madre tuvo un colapso nervioso que la llevó a estar internada durante un año en un hospital psiquiátrico. Cuando retornó a su hogar, se hallaba en un estado sumamente frágil y vulnerable. Con respecto a su padre, dijo: “No tuve relación significativa alguna con mi padre y siempre tuve la sensación de que no comprendía a mi madre en absoluto y que vivía su vida en un nivel totalmente superficial. No me afectó en lo más mínimo su muerte debido a una enfermedad cuando yo tenía 24 años”.

Al final de nuestra primera entrevista le sugerí que trajera a Julie la próxima vez, a fin de que pudiéramos tener una charla conjunta y decidir qué hacer. “¿Pero cómo?”, me preguntó con ansiedad, “Se niega a venir”. En realidad, tenía razón. La joven tenía 13 años y la madre no podía traerla a la fuerza . Y aunque hubiese podido hacerlo, ¿de qué serviría?.

Por lo tanto, le propuse que podía intentar sugerirle a Julie venir una única vez junto con ella para conocerme y explicarle que si luego de ese encuentro no deseaba volver a verme, su madre no la obligaría a regresar.

La estrategia pareció dar resultado, ya que la vez siguiente Grace vino junto con su hija. Julie era una niña de contextura pequeña, silenciosa, que parecía de una edad menor de la que tenía. Las invité a pasar a mi consultorio. En seguida resultó evidente que Julie no deseaba estar allí con nosotros. Tuve la clara sensación de que preferiría estar en cualquier otra parte. Se quejó de que yo era la quinta persona a la que había sido obligada a consultar. Parecía ser muy tímida y renuente a hablar conmigo.

Por otra parte, mientras todo esto le ocurría a Julie, su madre intentaba nerviosamente explicar que Julie había tratado de herirse cuando era más pequeña y que estaba muy preocupada por cómo se estaba comportando, tanto en su casa como en la escuela. Julie intentaba desesperadamente hacer callar a su madre. Estaba inquieta, ansiosa y murmuraba en voz baja que todas las cosas que habían sucedido pertenecían al pasado y que su madre no tenía ningún derecho a mencionarlas.

Dado que Grace parecía estar demasiado pendiente y susceptible a los sentimientos de malestar que planteaba Julie, le sugerí que saliera del consultorio durante un rato para dejarme a solas con ella.

Como era de esperar, Julie no quería estar ni hablar conmigo. Tenía muy pocas ganas de comunicarse y era necesario un gran esfuerzo de mi parte para lograr que respondiera a mis preguntas. A través de sus respuestas monosilábicas me enteré de que en la escuela estaba bien, que los sábados tenía clases de teatro y que le gustaba dibujar.

La madre la llevaba al colegio por la mañana y volvía sola a su casa a las 4:30 p.m.; su madre volvía a las 6:15 p.m. Veía televisión, dibujaba y no tenía preocupaciones. Había perdido a su abuela, con quien tenía un vínculo estrecho y recientemente se había enterado de que una tía, a la cual no conocía, se había suicidado.

Intenté conversar con ella, diciéndole que las muertes y los cambios siempre generaban temor y que no me sorprendía que estuviese preocupada. Después de todo, si algo le ocurría a su madre, ella se encontraría sola. Tal vez esa fuese la causa por la cual estaba tan pendiente de cuidar a su madre. Pero a Julie no le interesaba ni yo ni mis opiniones.

Le pregunté si estaría dispuesta a unirse a su madre y a mí para que entre los tres formáramos un pequeño equipo, a fin de intentar resolver los problemas que estaban teniendo en su hogar. Replicó que no necesitaba ayuda alguna y que decididamente no deseaba obtenerla de mí.

Recurrí a otra táctica y le pedí que nos diera la oportunidad de intentarlo y reunirnos únicamente cuatro veces. Dijo que no quería hacerlo porque se convertiría en una rutina y que su madre le había dicho que no tenía que venir si no lo deseaba. Tuve que darle la razón; después de todo, yo era quien había planteado esa opción, y tenía que cumplir con mi palabra. Nos encontrábamos en un callejón sin salida, y si había alguna posibilidad de ayudar a esta familia, tendría que ocurrírseme alguna otra forma de hacerlo.

Le pedí a la madre que volviera al consultorio y le dije que no creía que Julie tuviese un problema serio, pero que sin embargo había un problema grave en la familia . Dado que Julie no quería trabajar conjuntamente con nosotros y considerando que ciertamente era necesario hacerlo, yo podría intentar trabajar con Grace para ayudarla a ella a que ayudase a Julie.

Cuando oyó esto, la madre se quebró y comenzó a sollozar, expresando una profunda sensación de alivio. Grace pensó que esta era una buena manera de comenzar y Julie estuvo plenamente de acuerdo con esta estrategia. Esto era previsible dado que de esta forma, ella quedaba en libertad y se deshacía de mi.

Luego de esta entrevista, Grace me envió una pequeña tarjeta que decía: “Quería hacerle saber que cuando volvíamos a casa, y sin que se lo preguntara, Julie le dió a Ud. un puntaje de 4 en una escala de 0 a 5. El enfoque que Usted tiene es exactamente el que necesitamos. Gracias con todo mi corazón.” Me sentí complacido con este resultado porque la idea que tenía era que si Julie sabía que había otra persona cuidando de su madre, ella podría liberarse de la pesada carga que significaba tener que ser la mamá de su madre.

Esa fue la forma en que Grace comenzó su terapia. Comenzó a verme para que yo pudiera ayudarla a ayudar a su hija. Este pacto básico entre todos nosotros parecía tener sentido, y fue la base de nuestra relación y la piedra angular de nuestro acuerdo.Era una especie de terapia por medio de un sustituto.

La terapia con Grace fue una experiencia estimulante y gratificante. En su última sesión, Grace trajo un regalo personal muy original y conmovedor: el relato en sus propias palabras de cómo había sido su terapia, y lo que había significado para ella. Como título, le puso: “Hallando la horma de mi zapato” y con su autorización, voy a compartirlo con usted.

“Comencé mi proceso terapéutico de manera algo inusitada dado que lo llamé a Eduardo para ver si sería alguien apropiado para atender a mi hija que, para mi gran consternación, había sido derivada a la Child Guidance Clinic. Por lo tanto, me encontraba buscando desesperadamente una opción alternativa. Mientras le hablaba sin cesar por teléfono, él me dijo simplemente “Venga a verme”, e inmediatamente me calmé!

Lo más notable fue que en mi primera entrevista para “inspeccionarlo”, me di cuenta de que a medida que conversábamos, sentía el deseo de acercar mi silla a la suya, y la idea: “Yo podría hacer terapia con este hombre” pasó involuntariamente por mi mente. “Qué diablos está ocurriendo aquí”, pensé. Yo soy alguien que siempre ha sido considerada como “la única integrante estable de mi familia”. Siempre me he percibido como una persona plenamente independiente (y me sentía orgullosa de ello), totalmente auto-suficiente y con una clara percepción de mi propia seguridad interior.

Luego de un par de sesiones conjuntas con Julie, las cuales fueron un desastre debido a que mi hija tenía una actitud francamente rebelde, me sentí agradecida de que Eduardo sintiera que de ninguna manera deberíamos obligar a Julie a atenderse con él, que deberíamos trabajar juntos dejando la puerta abierta para que Julie pudiera unirse a nosotros, si así lo deseaba. Me resulta un gran esfuerzo reflexionar sobre el pasado de esta forma, dado a que tiendo a vivir predominantemente en el aquí y ahora, pero al hacerlo me conmueve profundamente revivir la gran sensación de alivio que tuve.

Sentí que me liberaba de un inmenso peso, del cual no había sido consciente hasta ese momento. Asimismo, me pareció razonable considerar que cualquier problema con Julie era en última instancia mi propia responsabilidad, y que, con suerte, trabajar sobre mí misma tendría un efecto positivo y benéfico tanto en Julie como en nuestra relación.

Mi postura anti-terapéutica estaba basada en una percepción limitada y errónea que se debía al escaso conocimiento que yo tenía respecto a lo que era realmente una terapia.

Creía que consistía en hablar con alguien que se limitaría a sacudir su cabeza cada tanto y que no hablaría, salvo para emitir juicios de valor respecto de mi familia y mi estilo de vida, tanto pasado como presente. También sentía que en mi vida no había tenido el tipo de experiencia traumática que justificase una terapia y que sería por lo tanto incurrir en una actitud auto-complaciente. Afortunadamente, experimenté una intensa si bien lenta conversión, tan intensa como las descriptas por las distintas religiones, demostrado por el hecho de que consideré seriamente dedicarme a ser terapeuta, y de hecho, lo sigo pensando.

Me di cuenta de que estaba avanzando cuando pude comenzar a referirme a Eduardo como “mi terapeuta”, en lugar de “el tipo que veo los miércoles”.

Si bien sentía una gran conexión con Eduardo desde el principio, también sentía cierta cautela inicial cuando me dijo que estábamos por embarcarnos en una relación íntima, en mi caso, la primera de mi vida! Cuando expresé mi ansiedad frente a los silencios, me dijo que deberíamos llegar a la etapa de sentirnos tan cómodos el uno con el otro como lo están un par de chinelas. Cuando dijo que la terapia era similar a “subir a un bote juntos y navegar por el océano hacia aguas inexploradas (al menos, así lo recuerdo yo), comencé a tener una idea más clara de lo que se trataba...

Otro recuerdo vívido de nuestros comienzos, que nunca olvidaré, fue su observación de que mi estabilidad estaba rodeada por un alambre de púas. ¡Tiene un uso maravilloso del lenguaje! Fue un momento decisivo en cuanto a darme cuenta de (i) por qué necesitaba terapia y la experiencia de una relación basada en una intimidad emocional auténtica; (ii) mi vulnerabilidad oculta y (iii) cómo, en cierto sentido, había vivido mi vida de manera sutilmente defensiva, a la vez que me consideraba una persona muy abierta. Nunca había permitido que alguien “entrara” y nunca me había abierto plenamente a otra persona, sino que había buscado inconscientemente relaciones en las cuales no tenía que hacerlo. Había percibido mi falta de vulnerabilidad como una virtud, en lugar de percibir la debilidad implícita que representaba. Debido a esto me resultó acertado el comentario de Eduardo, a mediados de nuestro proceso terapéutico, de que yo era excelente manejándome a “media distancia” pero no a niveles más cercanos. A esto se debían las luchas con Julie y en mi relación con Eduardo, particularmente la ira que provocaban en mí los encuentros más íntimos.

Mi expectativa de que el proceso terapéutico resultaría dramático me llevó con frecuencia a descalificar las sesiones como si fueran meras charlas, sin sentir que estaba en una terapia “verdadera”. Ahora me doy cuenta de que esta actitud era la misma actitud que tenía antes con respecto a la vida. Mi mayor temor era a la rutina, esto es, a saber lo que iba a hacer cada día, sin que ocurriese algo excitante o dramático. Detesto tener que admitirlo, pero lo cierto es que sentía orgullo por vivir una vida que yo creía plena, “viviendo al borde del abismo”, creando desafíos y estímulos aparentemente imposibles de superar, y de hecho, viviendo por momentos en forma peligrosa.

¿Qué ocurrió realmente? En lo que percibo como un proceso paralelo, a medida que comencé a valorar las sutilezas del proceso terapéutico y me pude relajar a fin de explorar lo que iba surgiendo más allá de que me pareciese o no significativo o dramático, comencé casi imperceptiblemente a estar más en paz conmigo misma, y a valorar y estar satisfecha con las sutilezas de mi propia vida. He aprendido a valorar lo que anteriormente descalificaba, considerándolo mundano y sin importancia, o dándolo por sentado, como por ejemplo, comprar un ramo de flores, reír junto con mi hija, sentarme en un café viendo cómo circula el mundo a mi alrededor, permitiendo que un fin de semana a solas se despliegue sin la presión de tener que organizarlo, comprendiendo lo que quiere decir la gente cuando hablan de “tener el propio espacio”, en lugar de sentir un anhelo constante por la estimulación derivada de los “grandes acontecimientos”, los sucesos dramáticos, exponiéndome al miedo y al peligro.

Tal como lo señaló Eduardo, he vivido toda mi vida dentro de un contexto matriarcal y lo único que lamento es que, sin haberme dado cuenta, he expuesto a Julie a la misma circunstancia, y espero que esto pueda modificarse en el futuro. Con sencillez, Eduardo me proporcionó la experiencia de tener una influencia masculina sólida, segura, irrefutable y cercana, y en ese sentido, re-estableció mi fe en “la raza masculina”. En algunos aspectos, ha sido “el papá que nunca tuve” y “el hombre que nunca tuve”. Me entristece que Julie no haya tenido la experiencia de tener un papá maravilloso (pero, por otra parte, ¿cuántos son los niños que han tenido dicha experiencia?).

El progreso que siento que he logrado durante el proceso terapéutico se encuentra íntimamente ligado con la clase y la calidad de la relación que he tenido con Eduardo. Lo percibo como mi mejor aliado, alguien que tiene plena confianza en mi y en mi capacidad, pero que también es sumamente exigente, lo cual jamás me genera una sensación de socavamiento o debilidad. Nuestra relación es muy interactiva, abierta y plena de humor, y no duda en ponerme límites cuando es necesario, lo cual me genera una gran sensación de respeto.

Tuvimos una etapa muy difícil cuando estábamos a mitad de camino. Como parte de un patrón de vida que reconocí, yo oscilaba entre creer que él era absolutamente maravilloso y sentir que – según sus propias palabras – era un inútil total. Fue importante para mí elaborar esta etapa, y eventualmente lo logré. Había comenzado un curso de ingreso para la carrera de Psicoterapia y me sentía muy movilizada por el mismo, más allá de que se tratara del momento indicado y yo me encontrara abierta para vivenciarlo plenamente. Las sesiones de práctica eran reveladoras a nivel personal, el grupo vivencial era difícil (si bien sentía que estaba aprendiendo mucho durante el proceso) y las teorías me resultaban fascinantes. Asimismo, me encontraba realizando gran cantidad de conexiones muy valiosas y me ocurrían una serie de coincidencias sorprendentes.

Me encontraba también tratando de decidir si querría o no entrenarme como psicoterapeuta luego del año de ingreso. No me volví a encontrar en un estado de equilibrio pleno en mi relación con Eduardo hasta un par de semanas después de que hubiéramos decidido terminar el tratamiento al final del semestre. Ahora me siento triste por haber “desperdiciado” ese tiempo tan valioso.

Siento que muchas de las dificultades que tuve con Julie se debían a la intensidad creciente en nuestra relación luego de mudarnos a Londres, donde convivimos solas por primera vez. La sentía muy controladora y parecíamos encontrarnos en medio de un movimiento en espiral descendente del cual yo no sabía cómo salir. Además, creo que a medida que ella iba creciendo, y debido a que era un ser muy sensible y estaba muy ligada y conectada conmigo, percibía claramente que en mi interior ocurrían muchas más cosas que las que yo expresaba a nivel de mi personalidad externa - ¿ me animo a reconocer y a admitir mi caos interior? Cuanto más ansiosa por mí se ponía y cuanto más me cuestionaba, más difícil me resultaba, y sentía más presión y resentimiento.

Una vez más, de manera imperceptible, la aparición de Eduardo dentro de nuestra estructura afectó a Julie en forma positiva. Creo que se sintió más protegida y no se preocupaba tanto por mí, si bien en ocasiones seguía refiriéndose a él en forma despectiva.

Este nuevo triángulo, junto con los beneficios que obtuve por medio del proceso terapéutico – por ejemplo, ir sintiéndome gradualmente más centrada, calma y en paz – también tuvieron su efecto en el estado mental de Julie. También trabajé arduamente para mantener límites adecuados dentro de nuestra relación y me encuentro en una etapa en la que hay momentos en los que puedo hacerlo y otros en los que me doy cuenta inmediatamente de que he fallado. Siento que este es un proceso progresivo, que debo permanecer atenta y que al menos ahora sé cómo debo actuar con Julie.

Tengo momentos de pánico e imagino a Julie en terapia en el futuro, refiriéndose a mí en forma negativa y siento que en este sentido, Eduardo es muy protector cuando me dice que lo que ella piense de mi es tema de ella, asegurándome de que soy una buena madre. En la universidad me resultó muy llamativo ver que los demás alumnos parecían percibirme como una figura materna positiva dentro del grupo, y que dos de los alumnos expresaran que desearían que yo fuese su mamá – esto nunca me había ocurrido con anterioridad.

Algunas de las bromas más tempranas y recurrentes de Eduardo me resultaron bastante irritantes – por ejemplo, introducir el tema del sadomasoquismo en cada sesión. Hubo veces en las que llegué a acusarlo de ser lascivo. Luego comencé a comprender a qué se refería. Creo que las menciones al sadomasoquismo simbolizaban la manera en que en el pasado solía desvalorizarme, dar rienda suelta al tirano que existe en mí, mi tendencia a controlar, crear situaciones para desafiar los límites convencionales, y buscar el peligro y la excitación.

En la actualidad, cuando reflexiono acerca de algunas de las cosas que he hecho y las situaciones por las que transité, de ninguna manera puedo imaginar que las repetiría. Por ejemplo, por primera vez en la vida no tengo interés alguno en el sexo casual, aún del tipo más habitual!

Siento que este es un paso fundamental para reconocer en un plano interior muy profundo que no sólo deseo una relación íntima genuina y duradera, sino que además la necesito y la merezco plenamente – con alguien que, abiertamente me ame a MI, y que inclusive hasta pueda cuidar de mí – realmente me estoy dejando llevar por el entusiasmo! Mientras tanto, no voy a aceptar otra cosa. También me conecté con la idea de Eduardo, de que podría aceptar un hombre que estuviese preparado para ser guiado por una mujer pero que no podría soportar a un hombre excesivamente débil.

Probablemente, desde el momento en que comencé a ver a Liz he tenido la misteriosa sensación de ser guiada – a Eduardo, y a considerar la posibilidad de que yo podría ser una psicoterapeuta. Gracias al curso y a los múltiples contactos que tuve mientras estuve allí, fui otorgándole sentido a mi trabajo y a mis futuras posibilidades.

Siempre tuve conciencia del mundo espiritual y de mi conexión con el mismo. Si bien hubo ocasiones en las que tuve experiencias espirituales muy intensas, la mayor parte del tiempo he estado sumamente consciente de la falta de espiritualidad de mi vida. Para mí, ha sido muy importante el hecho de que Eduardo sea una persona profundamente espiritual y que crea seriamente en la interrelación entre la espiritualidad y la psicoterapia, lo cual me ha acercado más aún a él. Esto se reflejó durante mi curso, el cual me resultó sumamente satisfactorio, y espero poder encontrar una manera de vivenciar la dimensión espiritual de manera más tangible y constante en mi vida en el futuro.

Si bien siento que realmente lo voy a extrañar, siento que para mi es lo correcto terminar mi terapia ahora, manteniendo la puerta abierta para regresar más adelante en el momento en que sienta que es lo adecuado. A la vez, me alivia saber que Eduardo comprende plenamente lo que siento. Espero poder encontrar la forma de lograr que las cosas sean diferentes para las mujeres con las que trabajo, y el hecho de saber que él me apoya y que tiene gran fe en mi me ayuda inmensamente.

Nunca me sentí tan centrada en mi vida. Mis pies están conectados firmemente con la tierra y sé que continuaré en mi camino. Eduardo me ha ayudado a estar más conectada con mi interioridad y a mantener abierto mi corazón.

Tal vez suene algo exagerado, pero de verdad siento que Eduardo ha sido mi redentor, con todos sus defectos. Todos mis amigos están de acuerdo al respecto, y siento que yo también he trabajado arduamente conmigo misma, más allá de que a veces me resista totalmente a reconocerlo! Tengo la sensación de que, más allá de que nunca lo vuelva a ver, lo cual es muy poco probable, él siempre permanecerá dentro de mi corazón.”

Así finaliza el conmovedor relato de Grace, y la mejor recomendación por escrito que podría llegar a recibir. No tuve la oportunidad de agradecérsela plenamente debido a que ella eligió entregármela en nuestra última sesión.

No importa – estas cosas suelen suceder y me surge una sonrisa cuando recuerdo la antigua frase: “El amor reconocido asegura la sanación”.

Concluiré este artículo con una mirada hacia el mismo espejo desde otro ángulo. Desde mi punto de vista, la evolución de Grace puede ser comprendida como una transformación de su conciencia, un cambio profundo en su ser. Cuando ocurre la sanación verdadera, nunca se trata de un fenómeno aislado. Tiene ramificaciones y repercusión en todos los niveles. Se asemeja un poco a la lección que el mundo está aprendiendo dolorosamente en la actualidad: estamos todos interrelacionados y un desequilibrio en un área afecta la estabilidad de todas las demás.

En el caso de Grace, existía una zona de profunda inestabilidad, un gran vacío. No existía un lugar auténtico para que hubiera un hombre en su vida. Tal como lo expresé con anterioridad, esto no se debía a que no le gustaran los hombres, sino a que no tenía una opinión elevada de ellos. Esto significaba que había una gran parte de su ser que nunca había sido explorada, y ella desconocía su existencia. Debido a que provenía de una familia disfuncional, había tenido que arreglárselas sola desde muy pequeña. Si bien con frecuencia decía que sentía que se había criado a sí misma, esto no era estrictamente cierto. Sin embargo, ella sentía que había sido su propio padre y madre, o, para ser más exactos, había sido como un padre que cuida a una madre frágil ayudándola a sobrevivir y cuidar de una familia.

Desde su infancia, los hombres permanecieron marginados, mientras que las mujeres se ocupaban de los temas profundos de la vida relacionados con los sentimientos, la empatía y el cuidado de la familia.

En algún lugar profundo de su interior, Grace había decidido y aceptado hacía ya mucho tiempo que los hombres eran analfabetos emocionales. Mantuvo este punto de vista porque nunca tuvo una razón que la llevara a cuestionar o replanteárselo. No se decepcionaba porque no esperaba nada. La realidad era así, y punto.

Esta ilusión pudo sostenerse hasta que Julie ingresó en la pubertad y llegó la hora de la verdad. Las ideas que tenía Grace sobre los hombres, la intimidad y la sexualidad tal vez fueran apropiadas para ella, pero ciertamente eran inadecuadas para ayudar a su hija a comprender la complejidad de su sexualidad incipiente e iniciarla hacia una feminidad plena, a la cual tenía todo derecho.

Esta era la causa por la cual madre e hija se hallaban polarizadas, con la hija comportándose como si fuese la madre de su propia madre, sin confiar en ella, controlándola y condenándola por su excesiva libertad y superficialidad sexual. Creo que ambas sabían esto en un nivel profundo de su ser, pero como no eran plenamente conscientes de ello, no podían expresarlo ni resolverlo.

Considero que el viaje hacia la curación de Grace comenzó con un cambio de conciencia. Cuando escribió que la psicoterapia había re-establecido su confianza en la raza masculina, estaba expresando algo muy profundo: estaba diciendo que había cambiado su percepción. Había decidido atreverse a confiar en lo que no había confiado en el pasado.

Suele afirmarse que “la necesidad es la madre de la invención”, y en respuesta a las necesidades de su hija, Grace debió abandonar su actitud disociada y prejuiciosa.

Como todos los niños, Julie necesitaba y deseaba que su madre fuese un modelo para su vida, alguien a quien admirar. Grace lo había sido, pero para poder continuar cumpliendo este rol para su hija, necesitaba descubrir las emociones que no había explorado. Debía adentrarse en su alma mucho más profundamente a fin de modificar la imagen caricaturesca, bidimensional y distorsionada que tenía de los hombres y que había mantenido a su corazón cerrado y sellado.

Se atrevió a abrirse y a permitir que yo entrara en su vida, y realmente nos adentramos en territorios inexplorados. Me otorgó su confianza. Confió en que podría ayudarla a ella y a su hija. Esta confianza no consistió en una fe ciega, sino que se basó en algo sólido: la unión de nuestras mentes y la convergencia de nuestros corazones.

Compartíamos la misma visión y los mismos pensamientos, y cuando ello no ocurría, no tenía importancia dado que siempre teníamos la posibilidad de interactuar de manera abierta, franca, y directa.

A medida que Grace me fue permitiendo ingresar en su vida, también me permitió ingresar al centro de su corazón. Mientras transitábamos por el sendero que nos conducía hacia la intimidad, me di cuenta de que comenzaban a disolverse aspectos del pasado que estaban cristalizados y que los antiguos fantasmas familiares se iban evaporando, igual que el rocío matinal cuando sale el sol. Había comenzado un proceso de alquimia interior.

Como lo demuestra su relato, realmente valoraba mi presencia y mis aportes. Con el transcurso del tiempo, su corazón se expandió cada vez más, y logró descartar aquellas viejas y anticuadas ideas que impedían su desarrollo. Esto permitió que su corazón se abriera a aspectos de la vida que habían sido ignorados y descuidados durante muchísimo tiempo.

Debido a la estrecha relación que tenía con Julie, la niña percibió rápidamente los cambios en su madre. Era evidente que Grace se sentía contenida por la solidez de nuestra relación, lo cual le proporcionó la fuerza necesaria para contener la ansiedad de su hija sin perderse a sí misma. De esta forma pudo romperse un viejo círculo vicioso y se estableció un nuevo círculo virtuoso que les proporcionó tanto a Grace como a Julie el espacio necesario para continuar con su evolución.

Las cosas habían vuelto a la normalidad y los roles se reacomodaron. Grace era una vez más la madre, y Julie la hija. Yo permanecía en un segundo plano, representando una figura bondadosa y confiable – un compañero de la madre y una figura parental algo idealizada.

Grace y Julie podían comenzar a relajarse. A medida que Grace se fue tranquilizando, sus estados de ánimo y su percepción de la vida se modificaron. Comenzó a sentirse en paz, con una mayor apreciación y satisfacción con las sutilezas de su propia vida. Aprendió a valorar aquellas cosas que había menospreciado en el pasado. De este modo, Grace fue aprendiendo a amarse a sí misma con todos sus defectos y a ser auténticamente como era sin tener que huir o esconderse.

Para su sorpresa, descubrió que era muy agradable ser como era y que podía disfrutar de ello si se lo permitía. Este cambio les proporcionó un gran alivio tanto a ella como a su hija.

La última información que recibí fue que Julie se había adaptado a una escuela nueva, que le iba bien y que su vida social era mucho más activa. Todavía intentaba dominar a su madre, si bien mucho menos que antes.

En cuanto a Grace, continuó con la misión de su vida, la cual consistía en el trabajo al que se había dedicado: defender los derechos de las mujeres oprimidas.

El secreto del resultado exitoso de esta historia reside en el antiguo proverbio: “Cambia tu mente y cambiarás tu vida”. Cambiar nuestra mente y adentrarnos en lo desconocido generalmente atemoriza, pero sólo podemos aprender lo que es realmente nuevo a través de la aventura. Los adultos verdaderos son aquellos que han aprendido a desarrollar y a ejercitar constantemente su capacidad de transformación.