Madurez e Inteligencia Emocional

EDUARDO PITCHON - London

La salud mental no debería ser solamente la ausencia de enfermedad mental. Debería ser algo similar al buen estado atlético, vibrante y muscular, de la mente y el espíritu humanos.

Martin Selizman - PHD

Si consideramos la madurez desde el punto de vista del desarrollo humano, se la puede dividir en dos categorías, la madurez física y la psicoemocional. En tanto que somos organismos vivos, nuestra madurez física está garantizada en virtud de nuestra supervivencia. Mientras estemos vivos, nuestro cuerpo físico estará en crecimiento y se desarrollará siguiendo su propio curso natural, a su ritmo y según sus propias leyes. Esta misteriosa y atrayente área de la madurez está más allá del alcance de este trabajo. En este artículo me concentraré en la madurez emocional, para lo cual analizaré el valor del autoexamen y exploraré algunas de las dificultades que podrían surgir durante el proceso de maduración.

La madurez psicoemocional jamás puede darse por sentada; el grado de comprensión y de desarrollo personal varían enormemente de individuo a individuo. Es una realidad que ciertas personas se han desarrollado y han evolucionado más plenamente que otras. Los motivos para esto son complejos; el crecimiento psicológico depende de diversos factores, ya sean biológicos, intrasubjetivos y ambientales, factores que configuran y se incorporan al mundo interior del individuo. Todos somos diferentes.

La madurez emocional es un concepto difícil de comprender porque no se trata de una entidad única. Es un entramado de múltiples aspectos interrelacionados que al igual que un diamante tiene múltiples caras y se puede abordar desde diferentes ángulos. La madurez no se presenta en forma aislada; siempre está íntimamente vinculada a una medida de equilibrio, sabiduría, responsabilidad, sentido de propósito, conciencia de profundidad y una medida de autocontrol. La presencia de dichos atributos es un claro indicador de madurez. Estas magníficas cualidades son nuestras por derecho de nacimiento. Están en nosotros en forma de potencial, pero no emergen automáticamente por sí mismas. Si deseamos desarrollarlas, primero debemos encontrarlas. Tendremos que bucear en las profundidades de nuestro ser y trabajar esforzadamente para comprender quiénes y qué somos. Las personas crecemos emocionalmente a través del autoconocimiento. Al madurar se produce una expansión y una profundización de su conciencia, acompañadas por un cambio de perspectiva que permite percibir tramas ocultas de interconexión que antes eran invisibles y, consecuentemente, desconocidas.

Una parte integral del conocimiento de uno mismo es el familiarizarse con el propio mundo interior. Es importante hacer lugar a nuestro diálogo interior y dedicar tiempo a escucharnos, a observar nuestros pensamientos, a registrar nuestros sentimientos y a identificar su influencia en nuestro ser. Tomar conciencia es un proceso gradual. Es el resultado de prestar atención con la firme decisión de hacerlo. Es necesario tener una gran fuerza de voluntad porque en el mundo en que vivimos hay fuerzas poderosas que atentan contra esta toma de conciencia. La introspección se hace más difícil cuando el foco de nuestra atención se aleja de nosotros para caer presa de los infinitos estímulos que asaltan permanentemente nuestros sentidos. La sociedad en general ha desarrollado una cultura de la distracción y, en este sentido, todos nos vemos profundamente afectados; si no tomamos medidas e invertimos esta tendencia seguiremos empobrecidos, impotentes y desconectados de nuestra esencia más íntima.

Este proceso de alienación empieza muy temprano y puede manifestarse de múltiples formas. Por ejemplo, cuando yo era pequeño se desalentaba a los niños a que se miraran al espejo, por miedo a que se volvieran vanidosos y engreídos. Como se pueden imaginar, esta prohibición no era precisamente buena publicidad para la introspección, por lo que ésta, así como la reflexión sobre uno mismo, resultaron devaluados por asociación. Contemplarse demasiado, o durante demasiado tiempo, podía considerarse sospechoso dando lugar a pensar que había algún problema psicológico y se corría el riesgo de ser considerados narcisistas.

El foco principal de la sociedad occidental está puesto en lo que hacemos, en lo que podemos lograr, y no en quiénes somos; esto crea barreras de inseguridad, insatisfacción y desconexión. “Quien no puede justificar su vida por lo que es, deberá justificarla por lo que hace”. Muchas personas viven con una conciencia muy vaga de su mundo interior, y esperan que las molestias que sienten puedan subsanarse con nuevas actividades o nuevas adquisiciones. Nuestro crecimiento se produce cuando estamos preparados para objetar y enfrentarnos a nuestras "barreras de incomodidad". Estas barreras son los miedos y prohibiciones racionales e irracionales que llevamos dentro nuestro y que limitan nuestra libertad de explorar, desarrollarnos y crecer. Los pensamientos y hábitos condicionados que hemos asimilado y con los que nos hemos identificado se han convertido en nuestros "carceleros psicoemocionales" personales. Nos mantienen ficticiamente acorralados. Nuestro desarrollo avanza cuando enfrentamos nuestras molestias y trascendemos nuestros miedos. La expansión de la conciencia implica que nuestro ojo de la mente se abre a horizontes más amplios, y que las contradicciones de nuestro corazón comienzan a disolverse.

Nuestra idea del mundo, con sus perspectivas, opiniones y conceptos se apoya en nuestro sistema de creencias, que nunca examinamos a fondo y que nunca llegan a articularse completamente. Por ejemplo, si analizamos nuestras creencias sobre el valor, la mayoría de los individuos estarían de acuerdo en que la vida es valiosa; tal vez no sepamos si tiene valor o no en el Gran Plan de la Vida pero sí sabemos que tiene un cierto valor y sentido para nosotros y para quienes nos rodean. La forma en que percibimos y valoramos nuestra propia vida tendrá un profundo efecto en cómo nos sentimos acerca de nosotros mismos, cómo vemos el mundo y qué pensamos de los demás.

Cuando observamos una persona desde afuera sólo vemos frutas, follaje y flores: el aspecto exterior de un árbol interior. Lo que sucede en el interior del árbol es otra historia. Es un mundo completamente diferente, poblado de pensamientos, fantasías, sentimientos, emociones y sensaciones. Vivimos en un mundo "imaginario", un mundo perteneciente a la imaginación, si bien somos vagamente conscientes de ello. Imaginario no significa que no parezca real, y no significa que la vida no pueda ser sumamente dolorosa, estresante y exigente. Lo que significa es que, debido a nuestra constitución, nos es imposible percibir directamente la realidad. Lo que consideramos un hecho siempre se observa filtrado a través de nuestra percepción, y son los pensamientos en nuestra mente quienes le dan significado. Durante las horas de vigilia tenemos miles de pensamientos, fantasías, impresiones y emociones, que viven en nuestra mente al igual que el pez vive en el mar, y que allí permanecen, sin que los examinemos ni modifiquemos. Estos pensamientos emocionales dan forma al "psicoclima" del mundo interior. El pensamiento por sí solo no existe. Los pensamientos son como nubes magnéticas que atraen energía que proviene de nuestras reservas emocionales. Cuanto más poderoso es un pensamiento más cantidad de energía atraerá. También se puede comparar un pensamiento con un cometa que atraviesa el cielo, cuya cola está formada por la emoción atraída por ese pensamiento y que se encuentra adherida a éste. Estas emociones son la base del psicoclima, la atmósfera interior en la que viven y prosperan las fantasías, los afectos y los estados de ánimo.

Los seres humanos estamos en permanente cambio, y este proceso nunca se detiene; nos encontramos en un perpetuo transformar y ser transformados por la vida. El proceso natural de crecimiento del organismo involucra una mayor complejidad, expansión, autonomía y socialización. En suma, lo que se llama autorrealización.

Nadie es una isla. Jamás estamos solos. Desde la concepción somos parte integral de un entorno interconectado que es fundamental para el desarrollo del yo. La importancia de nuestros primeros años y la influencia de la vida familiar en el desarrollo de nuestra identidad y de nuestro sentido del yo es algo que no podemos enfatizar demasiado. Lo que hemos aprendido en la cuna permanece con nosotros hasta la tumba, y nuestras experiencias de la niñez son los cimientos de toda nuestra vida.

Al estudiar el ego, descubrimos que no ha nacido junto con nuestro cuerpo físico. Yo denomino ego al aspecto de mí mismo que ocupa el lugar de capitán del barco; esa parte que reconozco como "yo". Coordina lo que sucede en el interior y guía al individuo por la vida. Tiene dos caras: una que mira hacia adentro y otra que mira hacia afuera, influyendo y siendo influido por el mundo exterior. Cuando nace un niño no tiene ego, éste emerge en etapas posteriores de la vida. Existe un mundo de diferencia entre el nacimiento físico y el nacimiento psicológico. El recién nacido podrá tener rasgos discernibles pero todavía no es un individuo. Si bien su cuerpo está en el mundo, su mente todavía no lo está, ya que sigue fusionada con sus primeras experiencias fetales en el útero materno. Durante los primeros meses de vida el bebé permanece en lo que los investigadores denominan una "matriz indiferenciada", donde no hay distinciones. El bebé es un ser puramente biológico, abierto y vulnerable en un mundo extraño. Para que el ego crezca y se desarrolle para abandonar esta indiferenciación primaria, necesitará toda la ayuda posible. Dicho de otra forma, las fuerzas de crecimiento del yo utilizarán todos los recursos a su alcance para lograr los objetivos madurativos.

El proceso de maduración es lento y arduo; la psique debe someterse a numerosas transformaciones en su viaje por el Gran Río. Cada niño deberá resolver muchas situaciones en su viaje hacia la madurez; el complejo de Edipo, la crisis de la adolescencia, la búsqueda de pareja y la crianza de sus hijos son sólo algunos de estas situaciones. A medida que las circunstancias se hacen más complejas, más cosas pueden salir mal y, en ocasiones se frena el desarrollo y se producen perturbaciones mentales. La forma en que metabolizamos nuestras experiencias es importante, porque esto determinará el estado de nuestras relaciones con los objetos internos de nuestra mente. A lo largo de la vida nos vemos constantemente en la necesidad de ajustarnos para enfrentar circunstancias cambiantes. Este ajuste es un proceso interno que es esencial para nuestro equilibrio mental y emocional. “El trabajo real de la conciencia es aprender a vérselas con la incertidumbre”.

El mundo interior no es un todo unificado; está compuesto por distintas fuerzas o distintos feudos que a veces están en desacuerdo y a veces cooperan entre sí. El mundo interior puede compararse, muchas veces, con un hogar dividido o una familia disfuncional donde el amor y el odio, la codicia, la generosidad, la envidia y la voluntad de hacer el bien coexisten en una compleja relación. Se ha dicho que cada individuo es un campo de batalla donde luchan las fuerzas del bien y del mal. Dentro de nosotros las fuerzas creativas y las fuerzas destructivas se encuentran en permanente conflicto. El "psicomundo" puede compararse con el mundo exterior, donde distintos países y corporaciones compiten, cooperan, se socavan, se declaran la guerra unos a otros o forman alianzas para alcanzar sus intereses individuales. Lo que mantiene la unidad, es el hecho de que compartimos, en cada caso, el mismo mundo. Todos estamos interconectados, todos somos habitantes de este planeta y, nos guste o no, no tenemos otro lugar adonde ir. Lo mismo sucede con el individuo. Tras la máscara todos tenemos fortalezas y debilidades, áreas donde los imperativos biológicos, los conflictos no resueltos y las aspiraciones subliminales compiten y cooperan. La fricción de la lucha genera energía psíquica y el resultado, el desenlace de esta lucha, es el surgimiento del ego; la parte visible de un mundo invisible.

Evolucionamos a través de un proceso dual de diferenciación e integración. A medida que maduramos nos desvinculamos de quien nosotros pensábamos que éramos: aquel con quien nos identificábamos previamente y que considerábamos como "la totalidad de nosotros mismos" se convierte en parte integral de un sentido más amplio del yo. No es fácil cambiar nuestros pensamientos, nuestras ideas y nuestras creencias. Nos hemos apegado a nuestras opiniones y el hecho de abandonarlas se experimenta psicológicamente como una especie de muerte. Lo que está muriendo es parte del "psico-yo". Cuando dejamos atrás viejas ideas y las renovamos, una vieja parte nuestra, una parte emocional atraída y unida a dichas ideas se disuelve y se funde con un todo mayor. Nosotros también, al igual que el niño pequeño, debemos estar preparados para soltar viejas y obsoletas certezas y residuos de narcisismo que frenan el flujo natural de nuestro desarrollo.

Yo considero el trabajo de la psicoterapia como una ayuda para el crecimiento y el desarrollo individuales, y me siento complacido cuando, en ocasiones, se llama a los psicoterapeutas "parteros del cambio." Es un título genuino y honorable, teniendo en cuenta que en nuestro trabajo debemos lidiar con la paradoja humana básica: la inevitabilidad del cambio y el miedo al cambio que todos sentimos. Sabemos que el cambio es inevitable, todos somos vulnerables y estamos a merced de las fuerzas del destino. Lo que la vida nos pone delante es algo que escapa a nuestro control. Sólo podemos modificar voluntariamente la forma en que respondemos a las situaciones. La forma en que enfrentamos la vida es una expresión de nuestro carácter y un ejercicio de nuestra voluntad. Siempre tenemos alternativas a la hora de reaccionar y estas alternativas son expresión de nuestra subjetividad, son el yo interior ejercitando su voluntad. Qué tan libre es la voluntad dependerá de qué tan libre es el yo. Como dijo Séneca, "el destino guiará a aquellos que tengan voluntad, y arrastrará a los que no".

Todos tenemos problemas, conflictos, dificultades y dolores de alguna clase, y todos tenemos cuestiones no resueltas en el corazón. Es tan normal ser imperfecto como lo es ser vulnerable ante las incertidumbres de la vida. En mi trabajo, no me concentro tanto en los problemas que surgen en la vida de mis pacientes. De todas maneras, no podría hacer nada para resolverlos. Mi principal interés y mi área de trabajo es ver cómo dichas situaciones afectan al paciente e investigar, junto con él o ella, los efectos que éstas tienen en su mundo interior, el mundo del individuo interno. Mientras estemos vivos deberemos enfrentar las vicisitudes de la vida. Esto es un hecho, y mientras estemos vivos deberemos convivir con nosotros mismos, y éste es un matrimonio que no se puede disolver. En vista de que así son las cosas, un autointerés iluminado nos indica que sería inteligente desarrollar la mejor relación que podamos con nuestro propio yo.

El desarrollo humano no es uniforme; todos tenemos algunas áreas más desarrolladas que otras. Las habilidades técnicas, el refinamiento moral, la sensibilidad estética, las habilidades para la socialización, etc. son todas líneas de desarrollo independientes que pueden ser muy diferentes y que tienen diferente destino. Tomemos a John como ejemplo de desarrollo desigual. Cuando lo conocí, hace muchos años, era todavía un hombre joven aunque parecía mayor y agotado. Era regordete y de baja estatura, nunca había estado en una relación y no tenía amigos. Era un hombre con fuertes hábitos y fijaciones obsesivas y tenía una profunda depresión que lo acompañaba desde que tenía uso de razón. Estaba en Inglaterra desde hacía aproximadamente diez años. Venía de un país africano sumamente pobre, sumido en una guerra perpetua, donde era miembro de una minoría blanca que era observada con envidia y profunda sospecha. Creció sintiéndose bastante solitario en una familia donde los padres siempre estaban estresados y emocionalmente desconectados de él. Cuando llegó la hora de ir a la escuela, era acosado y molestado sin piedad por los otros niños. Estaba asustado, se sentía triste, y no tenía nadie a quien recurrir. Era un hombre fuerte porque, en vez de quebrarse en mil pedazos en un entorno tan desfavorable, se las arregló para obtener una buena educación. Se recibió de ingeniero y se hizo experto en tecnología informática, una habilidad rara a fines de la década del '70. Las computadoras se volvieron su mundo y su refugio.

John había perdido toda fe en la humanidad. No confiaba en nadie y creía que lo estaban espiando todo el tiempo. Para proteger su frágil yo desarrolló fuertes defensas que eran como un bunker impenetrable. Nadie tenía permiso de entrar y él no se animaba a salir. Si bien él acudió a mi por propia voluntad y había sido derivado por una institución de psicoterapia, estaba aterrorizado de que yo estuviera en contacto con sus empleadores y de que les pasara informes sobre él. Parecía vivir en una cámara de aislamiento emocional que me hacía acordar a Howard Hughes, el famoso magnate estadounidense; incluso tenía las mismas tendencias obsesivo-compulsivas y el mismo miedo a la contaminación. Todo lo que estuviera fuera de su pequeño mundo era un peligro en potencia que pronto se volvió real en su perturbada imaginación, y su imaginación era todo lo que le quedaba.

En su desarrollo John había recorrido un camino que le parecía seguro y le resultaba fácil. Él tenía una mente con orientación técnica así que centró toda su atención en la tecnología y en las computadoras y evitó el horror de las relaciones y de la intimidad tanto como pudo. Como consecuencia, había crecido en forma extremadamente desbalanceada, con una parte de sí – su "yo tecnológico" altamente desarrollada y su otra parte – su "yo psico-emocional" - atrofiado y sin vida. Su desarrollo integral se había visto gravemente obstaculizado por los traumas que sufrió en sus primeros años y su "psico-clima" era siempre oscuro, tormentoso y amenazante.

Para poder sobrevivir en medio de sus pesadillas, John se sintió forzado a cortar sus raíces, a separarse de las necesidades de su yo más profundo y del impacto de los otros seres humanos. Se transformó en un hombre mecánico, un "tecno-bárbaro" que creía que su yo tenía las mismas limitaciones que un programa de computación bien diseñado. Al limitarse de esta manera evitaba participar de la vida y experimentar las profundidades de su propio ser. Dicho de otra manera, si uno imagina que la vida es un círculo de 360°, él operaba dentro de un pequeño segmento de sólo 10°. Todo lo demás estaba bloqueado de su consciencia y no contaba. El ego de John se había refugiado y se había perdido en el espacio interior, o tal vez era para él el ciber-espacio. No sabía cómo recuperarlo y traerlo de vuelta a la Tierra. Volver a la Tierra significaba que tenía que volver a conectarse consigo mismo y el yo desbalanceado de John nunca podría unificarse ni reconectarse a menos que estuviera preparado para cruzar las "barreras de incomodidad" que se interponían en el camino.

Una gran parte de él no quería realmente reconectarse. Era lo último que deseaba porque genuinamente creía que si se abría al mundo, eso acabaría con él. A lo largo de los años había abandonado el mundo de las relaciones humanas que le causaban con tanto miedo, y al que observaba con tal desconfianza, que lo sentía como un castillo malévolo infestado de terroríficos fantasmas que lo asustaban hasta límites indecibles, por lo que aisló grandes áreas de su vida. Por otra parte, dentro de sí existía otra parcela, si bien más pequeña, que estaba desesperada por encontrar una salida de esta terrible situación y escaparse de esta prisión autoimpuesta que le provocaba tanta angustia y tanto dolor.

Cuando vino a verme me dio la impresión de que apenas estaba vivo. En su desesperación este hombre había enterrado su pulsión vital tan profundamente en su ser que era muy difícil de encontrar y recuperar. Nuestro trabajo podría describirse, en el mejor de los casos, como monótono, lento, y en círculos. John se repetía a sí mismo incesantemente: siempre la misma historia, narrada en el mismo tono descolorido. Era tan difícil y doloroso para él correrse de sus defensas repetitivas como para mí soportarlas. Los principales temas que tratamos durante nuestro trabajo fueron la seguridad y la confianza. ¿Se daría él permiso para salir de su caparazón y podría reunir el valor para salir del viejo y gastado patrón? Desarrollar una relación conmigo, una persona real, en vez de con una computadora y crear un espacio en el consultorio donde la intimidad, el respeto y la confianza fueran el centro, constituía una proposición desconocida y aterrorizante. Hay que decir a favor de John que, a pesar de sus demonios interiores y de sus dudas, perseveró en el intento porque en algún rincón dentro suyo había algo comparable a una débil voz de esperanza, o una pequeña chispa de fe que no se había extinguido por completo.

Efectivamente alcanzó un cierto grado de progreso, a medida que avanzaba centímetro a centímetro por el camino de la consciencia de sí mismo. Hacia el fin de su terapia John mostraba una cierta apertura, una cierta flexibilidad en sus respuestas y, lo que no es menos importante, había empezado a desarrollar el sentido del humor, lo que siempre es un buen signo. Algo muy pesado estaba empezando a levantarse; todavía quedaba mucho por recorrer, pero al menos estaba en camino y sabía hacia dónde se dirigía, y aún era joven. Siempre hay esperanza pero hace falta valor y determinación para enfrentar las áreas vulnerables. A veces podría pensarse que uno se está adentrando en el infierno pero a menos que se reconozcan dichas dimensiones la realidad de la interconexión se experimentará como un misterio impenetrable. El yo del individuo será ciego en un mundo de color, y será sordo en un mundo de sonidos.

He presentado este ejemplo porque resalta lo que, de hecho, es una situación común. En general el caso no es tan en blanco y negro como el que acabamos de describir pero, en mayor o menor medida, todos tenemos nuestros puntos ciegos y nuestras "psico-distorsiones" que es necesario tratar. Todo lo que se necesita para sanar es prestar atención desapasionada, porque la mera atención desprovista de todo es cordial, valiente y desapegada. Nuestra presencia está allí donde ponemos nuestra atención; cuando no prestamos atención no estamos presentes y vivimos en la superficie de la vida. La profundidad de la experiencia es un indicador de la madurez emocional y el grado de madurez de un individuo es la profundidad de la presencia que el individuo puede mantener. Esto varía enormemente, algunas personas pueden estar más presentes durante una hora de lo que otros logran en una semana.

Es muy fácil engañarse a uno mismo, lo hacemos todo el tiempo. Nuestra mente puede ser muy furtiva, traicionera e increíblemente astuta. Y, además, la mente cuenta con una cohorte de aliados artistas del engaño que se especializan en distorsionar la realidad. La división, la proyección, la represión son mecanismos de la mente que están siempre presentes y listos para entrar en acción cada vez que una experiencia no es metabolizada y, por un motivo u otro, se la percibe como una amenaza. Si queremos llegar a conocernos, debemos recuperar nuestro centro. No quiero decir simplemente deshacernos de nuestros hábitos y adicciones destructivos. Éstos son síntomas. Pertenecen a la superficie de nuestro ser, al mundo de los efectos. Debemos también prestar mucha atención y centrarnos en las causas. Necesitamos poder mirar a fondo para poder redescubrir y reevaluar aquellas experiencias que alguna vez hemos distorsionado, descartado y condenado a formar parte de los desechos no tratados de la psique. La contaminación es tan extendida afuera como adentro nuestro. El autodominio implica ser responsable, hacerse cargo conscientemente de organizar y dirigir con sabiduría el ámbito de nuestra mente. No podremos hacerlo a menos que nos tomemos el trabajo de conocernos a nosotros mismos, a menos que pasemos tiempo con nosotros y que nos hayamos observado pacientemente.

La consciencia de uno mismo es un proceso. Se basa en conocer y familiarizarse con los distintos aspectos que forman nuestro mundo interior y que tienen una profundísima influencia en nuestra forma de pensar y de ser. Jack Kornfield dice que "el secreto para iniciar una vida de profunda consciencia y sensibilidad radica en nuestra voluntad de prestar atención. Nuestro crecimiento como seres humanos conscientes y sensibles se produce al prestar amorosa atención hasta a los detalles más insignificantes de nuestra vida." Con esta clase de atención llevamos luz a los recovecos más oscuros de nuestra psique.La Dra. Nina Coltart expresó, hace muchos años: "no sé nada sobre la iluminación. Todo lo que sé es sobre la gradual desoscurización." Tenía razón; el camino hacia la sabiduría y la comprensión de uno mismo es un proceso gradual, como un peregrinaje: debe recorrerse con paciencia, perseverancia, discriminación y desapego. No puede haber atajos porque lo que se esquiva no se ve ni se escucha, sigue siendo desconocido y no reconocido y por lo tanto no puede integrarse de manera consciente al yo total. Entenderse subjetivamente a uno mismo es sinónimo de conocerse. Esto no es fácil porque, al igual que en el mundo, hay áreas de conflicto, lucha, violencia y sordidez que uno preferiría no visitar. Hace falta valor para "mirarse un buen rato en el espejo": cuestionar nuestras opiniones tan apreciadas, deshacernos de nuestros engaños y destruir nuestros bien amados ídolos, que son defensas psicológicas contra la incomodidad emocional. Éste es el precio que pagamos para convertirnos en individuos maduros. Madurez significa ser fiel a uno mismo. Uno no puede considerarse maduro si no es auténtico.

Tal como en el caso que he descripto anteriormente, la búsqueda del autoconocimiento suele enfrentarse a la resistencia que oponen distintos aspectos de nuestro propio yo. Si alguien valora el camino hacia la madurez emocional y decide emprenderlo, el primer obstáculo que enfrentará será la "amnesia existencial". Es muy fácil olvidarse de uno mismo. Es por eso que Gurdjieff dijo que la Directiva Principal era "acordarse de acordarse". Este principio es crucial, ya que permite dar el primer paso hacia adelante. Al desviar la atención del mundo exterior y dirigirla hacia el interior, la persona gradualmente toma conciencia de un universo interno que vive y está en comunicación permanente, vibrante e íntima con el cuerpo, el cerebro y el ser. Yo denomino “ser” a lo que Ken Wilber llama "el yo proximal". Dice que cuando cerramos los ojos y miramos dentro nuestro vemos al menos dos partes. Una es el testigo de lo que está sucediendo, el observador silencioso. Es el yo, la parte más cercana a nuestra esencia más íntima. Este autor la denomina "yo proximal". Y luego está el Mí, las características con las que me identifico. Soy hombre, soy una enfermera, soy un soldado, soy un niño, etc. Se trata, en términos de Wilbur, del "yo distal", porque está más alejado de nuestra esencia más íntima. Para completar la imagen denomina al conjunto de ambos "el yo total".

La segunda etapa en el camino hacia la madurez ya fue mencionada anteriormente. Es lo que Kornfield denominaba ejercicio de atención amorosa. Tenemos dos formas de usar nuestra atención. La podemos emplear para juzgar o la podemos emplear a secas. En general utilizamos nuestra atención rutinariamente de manera egoísta para juzgar todo lo que percibimos. Decidimos que esto es bueno, aquello es malo, esto me es indiferente, esto me gusta, esto es bello, esto es feo, etc. Tendemos a juzgar las cosas según nuestras preferencias personales y nuestro condicionamiento mental. Lo hemos hecho así con tanta frecuencia y durante tanto tiempo que se ha convertido en un hábito enraizado, parte de nuestra naturaleza. El problema con emplear la atención de esta manera es que es egocéntrica y divide la realidad de manera artificial. Existen ciertas cosas que podemos aceptar de inmediato, y a aquellas que no, las ignoramos, las atacamos o las mantenemos a distancia. Tratamos de disociarnos de lo que no nos gusta. Así, defendemos un producto de nuestra imaginación mientras que nos adherimos a una concepción no iluminada del interés en uno mismo. Pagamos un alto costo psicológico por nuestros mecanismos de defensa, nuestras resistencias fortalecen aquello a lo que nos resistimos. Estas partes excluidas no han sido dominadas ni contenidas, por lo que no están dentro de nuestra consciencia amorosa y como consecuencia de este descuido nos llaman ansiosamente desde algún rincón de la mente, clamando por entrar, ser reconocidas, incluidas y resueltas, para finalmente dejarlas descansar.

A medida que investigamos el mundo interior desarrollamos sentidos sutiles, como la visión o la audición sutiles. Es un proceso natural que ocurre cuando la atención se despega de los juicios de valor. Nótese que he dicho "despega". No significa dividir, ni seccionar, ni ignorar ni desasociar. Sencillamente significa que debe aclararse la confusión entre atención y juicio. El hecho de juzgar tiene un lugar legítimo en nuestra psique, está allí para preservar nuestra integridad, sostener nuestros valores y mantener nuestro equilibrio. La función del juzgar es de vital importancia pero pierde su legitimidad cuando está en el lugar equivocado desempeñando una función equivocada. Es necesario liberar la atención para que pueda actuar como observador, sin ataduras, y para que pueda ser libre para observar sin prejuicios ni proyecciones. La misma esencia de la atención es la apertura. Cuando realmente prestamos atención a algo nos abrimos a ese algo y, a su vez, ese algo se abre a nosotros. Cuando prestamos atención de ésta manera a nuestro mundo interno u "hogar psicológico", esto conduce a la integración psicológica. Integrar significa reunir las partes para edificar un todo mayor. La conciencia de nuestro yo aumenta con cada paso que damos hacia la integración. Cada vez que recuperamos una parte de nuestro ser estamos re-componiendo el cuerpo de nuestro yo. El crecimiento psíquico hace que incorporemos cada vez más aspectos de nosotros mismos a la conciencia de quiénes somos.

El crecimiento es inevitable, pero el hecho de cooperar con él o de luchar contra él es harina de otro costal. La corriente de la evolución es una sola. Siempre está allí como parte del río de la vida, podemos nadar a favor de esta corriente o contra ella. Las complejidades de nuestra mente y de nuestra vida se pueden utilizar para estimular o para paralizar nuestra evolución. Todo se reduce a lo que hagamos con ellas. El camino hacia la madurez atraviesa el país de la “Armonía Interior”; todo el camino al cielo, es cielo. Un yo más integrado está más contenido y es más armonioso. Tener nuestro “hogar psicológico” limpio y en orden es una buena idea que sin duda importante. Aceptar quiénes somos, aún con nuestras heridas, es un logro muy significativo. Ser armonioso implica estar sereno, ser más real, y estar en paz con la vida, con el mundo y con quien uno es.

Otro punto que debemos tener en cuenta al hablar de la madurez es que la vida transcurre en ciclos y lo que era apropiado, incluso necesario, en una estación podría resultar obsoleto y descartarse en la que sigue. En primavera, es apropiado que el yo del niño esté protegido y que su mundo interior permanezca latente y en formación. En verano, es apropiado que el yo del adulto joven salga de la burbuja y se pruebe a sí mismo en los amplios horizontes del mundo, ganando experiencias vitales en el proceso. En otoño, cuando el fervor se ha calmado, es apropiado que el yo se aquiete en el mundo exterior y haga lugar a la profundidad subjetiva. Y en invierno, es apropiado que el yo se mantenga vital, alerta, sensible, y ligado a la vida en forma desapegada. Cada estación tiene sus propias bendiciones y sus propios desafíos. A medida que atravesamos edades existen períodos de tensión e indecisión. Cada nueva edad trae fuerzas nuevas, desconocidas, que gradualmente se imponen al hombre y le exigen una respuesta.

Un último punto que quisiera mencionar tiene que ver con la importancia de la mirada benévola, el oído benévolo y las palabras benévolas, como en el caso de los Tres Monos Sabios quienes "no ven el mal", "no escuchan el mal" y "no pronuncian el mal". La benevolencia es una cualidad natural de la raza humana, y la amabilidad amorosa es un atributo que debe ser fomentado. Este punto es muy fácil de malinterpretar. Quisiera aclarar que de ninguna manera estoy diciendo que debemos evitar ver el lado sombrío de la vida y la miríada de sombras que cargamos en nuestro interior. Las sombras están allí, existen, son inevitables, así son las cosas, exigen que las reconozcamos y que las tratemos responsablemente, con el debido cuidado y respeto. Lo que digo es que también necesitamos extender nuestra paciencia y nuestra compasión hacia las zonas irresueltas que hay en nuestro corazón. Debemos tratarlas con delicadeza, paciencia y buen humor, darles todo el tiempo y espacio que necesiten para evolucionar y, con suerte, sanarse, y si por esas cosas de la vida eso no sucede, entonces deberemos aprender a vivir con la paradoja y no tratar de ignorarla o justificarla intelectualmente.

Para finalizar, dentro nuestro, tras la máscara, llevamos muchas voces que compiten por nuestra atención urgente. Cada una necesita que se la reconozca y que se la entienda, que se la trate con respeto y se le dé el lugar adecuado en nuestro ser. Necesitamos hacernos responsables conscientemente de la organización de nuestra vida interior y fijar, a partir de la reflexión paciente, nuestra propia jerarquía de necesidades, valores e ideales, que deberán ser coherentes con nuestra forma de vivir para que nuestra vida se convierta en una expresión precisa de nuestra verdad más profunda. Nadie nace siendo noble; la nobleza se logra al dominar los niveles inferiores de la vida. El estrés se acumula cuando no empleamos nuestra inteligencia emocional y cuando no vivimos de forma coherente. Cuando vivimos coherentemente con nuestra esencia más íntima nos volvemos personas más integradas, sentimos con más intensidad, estamos más completos. En la medida que empecemos a reconocer la unidad subyacente entre la experiencia y el experimentador, perderemos nuestros miedos y seremos capaces de reaccionar desde un lugar más auténtico, mucho más cercano a nuestro centro. En otras palabras, estaremos más presentes. La madurez emocional, como muchas otras cosas de la vida, suele estar más allá de las palabras y explicaciones científicas. Muy a menudo lo más importante no puede expresarse en palabras, sólo se puede experimentar.